lunes, diciembre 29, 2014

El Greco

A mediados de año fui sorprendido por una invitación para exponer en el Museo Nacional de Bellas Artes, en una muestra homenaje a El Greco. En un primer momento tuve algunos reparos en aceptar, a pesar de considerar un honor la invitación. ¿Qué relación tenía mi obra con El Greco? Me explicaron que la idea era seleccionar a un grupo de artistas contemporáneos que trabajaran la figura humana, y de alguna forma, dar cuenta de diferentes opciones a la hora de representar el cuerpo. Parcialmente acallados mis escrúpulos con esa respuesta, acepté. Aunque finalmente la exhibición resultó muy distinta de lo que había imaginado, la lista de artistas se redujo, y resulté el único en trabajar la figura humana, quedé de todos modos muy conforme con el montaje de mi obra, y como estaba en una sala propia, pensé que era una especie de pequeña muestra individual y las razones para estar allí quedaban en segundo plano. De todas maneras la pregunta quedó picando en mi cabeza. ¿Qué relación tiene mi obra con El Greco? No ha sido nunca uno de mis artistas favoritos, nunca lo tuve en la lista de aquellos que me conmocionan más profundamente, como sucede con Tiziano, Velazquez o Caravaggio, por nombrar a algunos próximos en el tiempo.
Sin embargo, algunos de sus retratos me han impactado mucho, especialmente el del cardenal Fernando Niño de Guevara, que se conserva en el Metropolitan de New York y es una pintura realmente impresionante. Pero más que algunas obras en particular, lo que más me ha interesado siempre ha sido su carrera. Establecido en su Creta natal, y con una reputación ya ganada como pintor de iconos en un estilo post bizantino, Doménicos Theotocópoulos abandona todo, su taller con asistentes, sus cliente e incluso -se dice- una mujer, para emprender la aventura de trasladarse a Italia y convertirse en un pintor occidental.
Primero en Venecia, y luego en Roma, El Greco tiene éxito en su propósito y se transforma en un gran pintor en el estilo veneciano, seguidor de Tiziano y Tintoretto. Pero la cosa no se detiene allí. El Greco se traslada a España y se recluye en Toledo, donde su obra experimenta una nueva mutación, desarrollando un estilo manierista muy personal y de una gran complejidad intelectual.

Dos cosas principalmente me atraen de su obra. La primera, la combinación, irresistible para mí,  de un estilo fuertemente expresivo (expresionista, podríamos decir abusando del término) con un alto contenido conceptual. La segunda, que, principalmente en su última etapa, la toledana, El Greco variaba el estilo de sus obras dependiendo del tema y del cliente. Su relación con una representación “realista” no era siempre constante. Eso resulta claramente visible si comparamos, por ejemplo, dos obras pintadas en el mismo período como el retrato de Fray Paravicino y el Laocoonte, ambas de 1609. Y es en eso, en esa atención puesta a lo expresivo y a lo conceptual, y a esas variaciones en la representación dependiendo de la obra, donde, salvando las distancias,  yo encuentro una afinidad. Tal vez no sea razón suficiente para participar en una muestra de homenaje a El Greco, pero hace que me sienta más a gusto allí.

MNBA. EL GRECO Y LA PINTURA DE LO IMPOSIBLE. 400 AÑOS DESPUÉS. Del 28 de octubre de 2014 al 15 de enero de 2015.




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